El día que comencé a quererme pude ver todas esas cosas que me perdía cuando no me tenía en cuenta. Aspectos que tenía guardados en mi interior y que nunca llegué a imaginar. Me di cuenta de lo valioso que era y sobre todo que tenía que decírmelo. El día que comencé a quererme pude verme a través del espejo y curiosamente, me gustó lo que este me devolvía. Y a partir de ahí, fui consciente de lo importante que soy para mí.
El día que comencé a quererme me di cuenta de que no necesitaba a nadie y desterré el miedo al abandono y al rechazo. Porque a los demás no los necesito sino que los prefiero a mi lado. Desde entonces aprecio mucho más a toda la gente que me rodea. Ahora tengo claro que ellos no llenan ningún hueco porque si algo me falta no se completa con lo de fuera sino con lo de dentro. Las relaciones no cubren vacíos, simplemente acompañan, regalan afecto y crean momentos.
Mi ritmo de vida cambió el día que comencé a quererme. Pasé de estar de puntillas a toda velocidad a estar presente con los pies en suelo. Ahora disfruto el momento y en lugar de no esperar, vivo la espera haciéndola intensa y mucho más divertida. Justo ese día mi visión del amor también cambió. Ahora sé que amar también es aceptar los fallos y saber rectificar y que quererse a uno mismo de algún modo, implica soportase y darse cuenta de que no somos perfectos. El día que comencé a quererme comprendí que mis decisiones son las que me han llevado al lugar en el que estoy hoy y me gusta, con mis pros y mis contras, pero me gusta dónde estoy y por supuesto cómo soy.
Quererme es la mejor decisión que he tomado. El día que comencé a quererme fue mágico. Solo deseo que te llegué a ti para que empieces a sentir lo magnifico o magnifica que eres; para que descubras todo lo que tienes dentro.
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